
El 12 de Junio arrancó la fiesta ansiada por muchos, la que entretiene a los de turno, la que convoca a los que solo preguntan "cuando era que jugaba Argentina?" y también la que no genera interés, para otros. Cuando empezó muchos tenían fe en nuestro equipo, otros no tanto. Era el Grupo F, imposible no clasificar ... hasta que nos enfrentamos con Bosnia. Sufrimos para conseguir un 2 a 1, lo que no sabíamos era que ese temblar, ese "¡¿cuanto falta para que termine por dios?!, ¡4 minutos de alargue!!!!!???" iba a repetirse en cada encuentro. Llego Irán, 11 soldaditos rojos que no se movían de su área pero que al minuto 90 el 10 nos cambió la historia, bocanada de aire ante el 1 a 0. Pasamos a Nigeria con un movidito 3 a 2, llegando así a Octavos. "Brasil decime que se siente tener en casa a tu papa" se termino haciendo nuestro himno y sonó muy fuerte frente a Suiza y retumbó más contra Bélgica, se sentenció frente Holanda y se bautizó contra Alemania. Vencimos a Shaqiri con un "angelito" de la guardia que apareció casi sobre el minuto 120; vimos como nuestro "gigante" Masche se imponía frente a esos belgas que lo miraban por arriba, el problema era que ellos no sabían quien los miraba de abajo...; sentimos estallar nuestras pulsaciones cuando Chiquito Romero le dijo No a Holanda con sus puños de acero (tenías razón Masche, Romero iba a hacer historia) y creo que no tuvimos pulsaciones cuando Robben quiso terminar el partido y el capitán del pueblo tapó esa pelota, no pudiste inventar otro penal. En el día que cumplíamos 198 años de independencia nacional el equipo de Sabella nos clasificó para la final de la copa. Cuánto hacía que no cantabas el "oh oh oh oh oh ooohhhhh" con tantas ganas? Que no gritabas y saltabas como si fueras un loco y que nada te importara? Que no te sentías identificado con los jugadores que festejaban y sonreían frente a esa hinchada argentina, que hacía locales los estadios brasileros? Y llegó la final, con entusiasmo, con temores por un Alemania que había goleado a un Brasil conmocionado, con tantas promesas si Argentina salía campeón.... Fueron cuatro días de fiesta, palpitando que volvíamos a estar en una final del mundial, después de 24 años, la primera final para muchos, que no sabíamos a que sabía, que se sentía tan bien y la tan esperada por los que alguna vez vieron levantar la copa de tu país y querían volver a verlo.
No se pudo, no tenía que ser. Argentina tenía todo para ganarlo, tenía hambre, tenía tantas ganas que no vimos al equipo temido del 7 a 1, vimos un Alemania que cuando encontró una posibilidad nos quitó el sueño a minutos del final pero fue solo eso. Hubo errores, falta de suerte, favoritismos... en fin, eso ya no cuenta, pero estuvo tan cerca, fue tan real...
Quise escribir esta columna porque este mes del mundial viví algo que todavía no puedo explicar, me llevó a compartir jornadas enteras de mateadas y picadas con mis amigos; el hablar con cualquier persona sobre lo que estaba sucediendo, sin tener prejuicios; fue la excusa para ver los partidos con mi viejo, comentarlos y machetearnos el fixture, el uno al otro, como chicos; la revolución en el laburo haciendo andar la antena, otros preparando mate y cubriéndonos mutuamente para que todos disfrutemos de Argentina, como un equipo; la inmensidad de cadenas alentando y puteando, para vivirlo y sentirlo con los que tengo cerca y no tanto; las miles de historias de argentinos que se fueron a Brasil a alentar a la selección con lo que tenían, en auto, en bici, a dedo, durmiendo en las playas, autos, colmando las calles de un Brasil invadido por la celeste y blanca y haciendo sentir sus cánticos de cancha por arriba de la conducción de cualquier relator, piel de gallina; y una selección, que me hizo sentir muy argentina, muy representada,
orgullosa.

No sé que te generó a vos, pero yo no me olvido más de este mes. Lamentó únicamente los disturbios que
ocasionaron los inadaptados de siempre, eso no representó lo que salimos a cantar y a festejar como pueblo argentino. Por todo lo demás gracias selección, gracias Argentina, a mi nadie me quita lo bailado...
Por Noelia Pérez